No soy viejo, más no se si soy joven. He visto cómo ha cambiado el país con revoluciones silenciosas en mis casi 50 años de vida y sé que seguirá cambiando calladamente, dejando atrás tradiciones, costumbres y hábitos.
Pasamos Semana Santa y poca gente fue a celebraciones religiosas. Se conmemoraban los 75 años del 9 de abril y la mayoría no se enteró. Se cumplieron 90 años de la batalla de Güepí y no vi que algún medio hablará de la única batalla internacional que ha tenido el país ni de las hazañas de ese día, como meter los cañoneros por el río amazonas desde el Brasil y que llegaran al río Putumayo. Parece que queremos olvidar nuestra historia, a sabiendas que inevitablemente la repetiremos.
En menos de 50 años, muchas de nuestras creencias y tradiciones se han diluido en un espacio para minorías; leí hace unas semanas, columnas de Ricardo Silva y Juan Estaban Constain -contemporáneos míos-, con nostalgia por su pasado y una urgencia de redefinir el presente y el futuro, como consecuencia de una violencia que nos agobia desde que nacimos. Como si la violencia fuera el único comportamiento que se ha logrado perpetuar, como bien lo expresada en su columna, ‘Otra paz’, William Ospina, donde con exceso de claridad muestra como hemos pasado de una paz a otra sin lograr ninguna.
Pensé en esto, mientras definía si escribir sobre las limitantes de la inteligencia artificial en la toma de decisiones o, una ‘ecuación’ del costo de las cosas que he estado pensando (columnas que espero escribir en el futuro) y me encontré con una afirmación en la columna de Alejandro Higuera en El Tiempo, que me altero profundamente: “En realidad, dudo que existan jóvenes que genuinamente deseen trabajar, la mayoría esperamos que las IA nos remplacen y nos otorguen una renta mínima”.
Desde mi experiencia de vida, donde llevo “trabajando” más de 30 años, me es inconcebible la idea de pensar que alguien no quiera hacerlo. Comprendo que la palabra trabajo tiene matices de esfuerzo, subordinación, desgaste, obligatoriedad y otras connotaciones negativas; más no concibo que los jóvenes de hoy no quieran llevar su potencial a lo más lejos que puedan y poder disfrutar de sus propios méritos.
Quizá para Higuera ser músico, futbolista o influencer no sea un trabajo, porque tenga la definición limitada de ser empleado en una empresa donde no se quiera estar y, esa confusión me da algo de esperanza, porque ya vi caer el Domingo de Ramos, el desfile del 20 de Julio y hasta las notas de 1 a 10 en el colegio, más me niego y me rehúso a aceptar que la gente no quiera esforzarse para aprovechar sus capacidades. Esto ya sería el fin del desarrollo. O, quizá, sólo estoy en la edad de querer cambiar y conservar todo al mismo tiempo. El futuro ya no será el mismo.
Por: Camilo Herrera Mora.