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Egipto y Turquía han llegado a un acuerdo militar de amplio espectro.

No se trata de una alianza formal, pero para efectos prácticos prepara a las dos potencias frente a situaciones estratégicas de fondo.

Los dos países están distanciados de Israel a raíz de la guerra contra Hamás, pero eso no significa que estén urdiendo planes en contra de Jerusalén.

Es cierto que, en su retórica seudo imperial, Ankara ha llegado a mencionar que podría emprender operaciones contra Israel.

Pero también lo es que Israel le ha solicitado a la Alianza Atlántica que considere la expulsión de Turquía porque su declaracionismo no coincide con los pilares de la Organización.

Por su parte, el presidente egipcio Al Sisi sabe que sus notables avances en materia de defensa no tienen por qué comprometerse en acciones que alteren el ya resquebrajado balance de poder en Medio Oriente.

Desde que El Cairo y Amman cambiaron el rumbo de la tensión árabe – israelí, su papel en el sistema internacional es más destacado e influyente.

Pero si hay algo que muestre con claridad por qué este acuerdo no puede interpretarse como una amenaza para Jerusalén es la convergencia de tres factores determinantes.

El primero, es el hecho de que ambos regímenes son autoritarios y, en el fondo, frágiles e inestables.

Al Sisi logró rescatar a Egipto de la dominación extremista de los Hermanos Musulmanes y sabe que su misión no es la de picar pleitos en la región sino, más bien, garantizar que perdure la modernización del país cuando él falte.

Por su parte, Erdogan sabe que tiene los días contados y que no ha logrado erradicar la amenaza kurda ni expandirse como era su sueño, así que en este momento su principal preocupación es a quién designar como sucesor del modelo tecnocrático – fideísta que ha creado ( y al que podría llamarse ‘Atatürk 2.0’, en alusión al creador de la república ).

El segundo factor es que ambos países son socios de los EEUU : Turquía es miembro de la OTAN y Egipto le debe a Washington la superación del fundamentalismo yihadista y la prosperidad actual.

Eso significa que ninguno de los dos obtendría ventaja alguna convirtiendo a los EEUU en un enemigo tan solo por lastimar a Israel defendiendo a organizaciones extremistas y proiraníes como Hamás y Hezbolá.

Y el tercer factor, tiene que ver, justamente, con eso : si Ankara y El Cairo quieren ampliar su radio de acción en el sistema internacional, lo peor que podrían hacer en este instante es subordinarse a los intereses de los persas.

Si algo anima a potencias regionales como Egipto y Turquía es, precisamente, limitar, por una parte, el inteligente expansionismo iraní basado en una telaraña de ‘actores bivalentes’ ( no son actores estatales pero ejercen como tales ) y, por otra, limitar sus desaforadas emociones belicistas.

En definitiva, no es Israel el que debe preocuparse por los significativos acercamientos militares entre árabes y turcos.

Es Irán, porque así se verá compelido a refrenar la ‘táctica pandillera’ ( esto es, la acción colectiva de sus proxies contra Israel ) y a autocontenerse de atacar directamente a Jerusalén para no abrir la gigantesca caja de Pandora regional.

vicentetorrijos.com